Prólogo, reseñas y ensayos escritos acerca de Atormentado de sentido (página 2)
Precedidos por un poema escrito en verso libre, con la
excepción del capítulo IV que es una décima
en prosa la que da paso a lo demás, la concepción
de este libro parte de los mismos orígenes de la
creación, especie de referencia bíblica al
surgimiento de los seres y a la vez señal de lo que una
vez exánime requiere la presencia del aliento vital para
regresar a la dinámica de la existencia, el poema
iniciático y la décima que inaugura "Nueva
estación" dan fe de un conjunto de ideas que resulta
alegórico respecto a la escritura cubana en
décimas: lo que necesariamente tiene que transformarse
para evitar su aniquilación. Así queda enunciado en
los casi enigmáticos versos […] epifanía.
pulso de un reino que se acaba/ justo en la gran caída
[…] reino de argonautas, / de uno sostenido por la
poesía escrita sobre puertas, sobre la piel,/ como una
honda sajadura. viene la voz que esquiva los objetos/
raídos: multitud de volúmenes para burlar el
hambre/ ancestral, hambre ontológica, hambre
mimética,/ elemental de la ceniza, cicatriz,
tránsito del abandono/ al abandono, tejido de oposiciones,
raíz de la totalidad/ que en vano sugiere interpretar
alquimias, momentos/ de la fecundación. / y, seguidamente,
por una décima acerca de la muerte, reflexión en
torno a lo inevitable de la trayectoria de los seres y, a la vez,
velada preocupación por el estado en que se encuentra la
poesía.
Los textos que siguen en este capítulo
están marcados por la presencia devastadora de la muerte
(tanto la natural como la muerte provocada) y enuncian,
después de una lectura y comprensión en
profundidad, además de sucesos de índole
biográfica del autor, relacionados con familiares muy
cercanos (la madre y el abuelo), un contrapunteo
filosófico, utilizando variaciones de puntos de vista de
los personajes, acerca de motivos tan controversiales como el
crimen, la soledad, el abandono, la culpa, la piedad, la tortura
física y sicológica, la derrota y, finalmente, el
suicidio, no sólo individual sino el que atañe a
los creadores a lo largo de la historia literaria, expresa
conexión de este corpus poético con el entramado de
lo universal.
La segunda sección de este libro, titulada
"Médulas que han gloriosamente ardido", un verso del
clásico soneto "Amor constante más allá de
la muerte", del poeta español Francisco de Quevedo y
Villegas, da continuidad al descendimiento si se quiere dantesco
del poeta en los primeros capítulos del decimario.
Precisamente los versos que preceden a estos nuevos poemas
afirman: " Descender/ en travesía invisible/ a la infinita
celeridad? / al orden?/ […] entrañarse en la
intemperie/ como el que paga un precio/ por anteriores
existencias/ entrañarse/ orfeo / heráclito / dante
/ sin transfiguraciones." (p. 39) Lógica sucesión
de desvalimientos que conectan esta nueva etapa creativa de
González Sánchez con la anterior y que, en este
caso, asume diversos tópicos como son la sobriedad, la
identificación del poeta con la visión perturbada
del ebrio que ha perdido todos los asideros con la existencia
(Textos titulados "Elogio de la sobriedad" y "De codos en el
puente", éste último intertextualidad
explícita con un poema muy conocido del cubano José
Jacinto Milanés); el amor efímero, incompleto y
desolador (décimas "Médulas que han gloriosamente
ardido" que dan título a este apartado significacional del
libro); el desarraigo (poemas titulados "¿Qué hago
yo aquí?, referencia a un verso del poema "El gigante" del
cubano "Rubén Martínez Villena y "Al partir", verso
del soneto del mismo título de Gertrudis Gómez de
Avellaneda) y finalmente un poema que se corresponde con
sentimientos de filiación religiosa o, mejor, de francas
búsquedas ontológicas relacionadas con el
ámbito espiritual: "Carta de un beodo a Pierre Kirilovich
Bezujov", personaje de la trascendental novela La guerra y la
paz, de León Tolstoi, que vivía
contradicciones parecidas a las que evidencia el sujeto
lírico de este libro.
La tercera sección de
Atormentado… se titula "Apropiarse de todo" y
viene precedida por versos que dan sentido al capítulo:
"descentrar el vacío ontológico/ que condena a los
entes a ser entes/ y no su anulación / mediante el
macrotexto/ edificante / el espasmo global / la sacudida
[…] (p. 61) o sea, el poeta propone, a partir de la
apropiación, concepto muy manejado por los postmodernos,
propiciar una razonamiento diferente y, como resultado, la
sacudida, el nuevo estremecimiento, no la adjudicación
vacía de elementos establecidos sino la
reformulación para propiciar el surgimiento de nuevos
sentidos.
Ahora dos textos escritos utilizando el
endecasílabo "Autodefensa de Cayo Mecenas" e "Historia de
cruzados", reflexiones acerca de la amistad, el desengaño,
la traición y la guerra, funcionan como un gozne entre los
capítulos anteriores y los que siguen, para dar entrada al
tema de la hermenéutica de la estrofa y el estudio de su
devenir.
"Diatriba contra la décima", cuarto
capítulo del poemario, es el más extenso del libro
y el que complica su estructura y la recepción de los
poemas por el amplio registro de resonancias cubanas y
universales que convoca y posee.
En el primer poema, titulado con una aseveración
del gran poeta español de la generación del 98,
Antonio Machado, tomada de su ensayo "Reflexiones sobre la
lírica" (Machado, Antonio; 328.) "Lo peor para un poeta es
meterse en casa de la pureza, la perfección, la eternidad
y el infinito. También el arte se ahoga entre
superlativos" (p. 73), el hablante lírico parte de
enunciar la plena conciencia de los poetas del siglo XXI de una
"era intelectiva" opuesta a "la ínsula intuitiva y
errática del comienzo" de la creación
poética para, desde presupuestos caros al existencialismo
insistir en el lugar que ocupa el hombre, y el poeta en
particular, en el cosmos; la visión postmoderna del
creador como una sumatoria de inquietudes del pasado que, a la
vez, con su desaparición abre nuevas interrogantes para
los autores del porvenir:
Dominante dominado
por una trama de citas
sin notas, retomo escritas
frases por mí, en el pasado.
Soy todos los que han quedado
vivos en páginas muertas.
Soy sus odios, sus inciertas
interrogaciones mudas
y abandonaré esas dudas
clavadas en otras puertas. (p. 74)
El texto siguiente "El abuso de la literatura" (tomado
de un verso del soneto "J.M" del argentino Jorge Luis Borges)
insiste en el papel del creador ante su época, en su
necesidad de "Fundar una resistencia/ sobre las ruinas del orbe/
[…] para que el inmarcesible/paraninfo escritural/
más que exceso de lo Real/ sea carne de lo invisible." (p.
76) pese a las valoraciones contemporáneas que lo reducen
a un simple buscador o cazador de "intertextos", un pueril
hacedor de "inventarios de olvidadas escrituras".
El próximo poema es todo un estudio escrito en
décimas: "Diatriba contra la décima; ensayo de
reinterpretación" (pp. 77-83), poema donde el autor valora
la historia de la estrofa desde su surgimiento hasta las
tendencias expresivas más recientes. Para ello R.G. lo
hace empleando no sólo la estructura del ensayo literario
con una introducción, un desarrollo, unas consideraciones
finales y una bibliografía acerca del tema, sino que
despliega para nada gratuitas referencias a pie de página
que puntualizan tópicos como el de la recepción del
discurso octosilábico en Cuba, la importancia de la obra
en décimas de José Lezama Lima, poeta mal estudiado
en el ámbito decimístico insular, y para
caracterizar objetivamente los rasgos de la décima escrita
desde finales del siglo XX y principios del XXI. Este texto
culmina con una verdadera declaración de lo que considera
el poeta debe ser la décima del futuro y cómo su
asunción creativa:
La realidad debe ser tornada espíritu. El dolmen
ha de sentir que lo colmen nuestros responsos. Volver a lo
cerrado, acceder enardecidos, no obstante.
Enfrentar el verso errante a la incertidumbre
tétrica, y devolver a la métrica su plenitud
irradiante. (González Sánchez, Ronel;
2007:80.)
El resto de los poemas en décimas de este
capítulo ("Materia cognoscente", "Sobre casas de muertos"
-verso de Fina García Marruz- "Génesis", "Conceptos
por transcodificar", "Taumaturgia", "Anagnórisis",
"Hermetismo suprasensorial", "Confinamientos",
Deconstrucción", "Demiurgo", "Toda perfección es
solitaria", Un promontorio oscuro", "Lápida", "Fundar
sobre la arena movediza", "La ingrávida estructura",
"Deligth", otro texto titulado "Sobre casa de muertos", "Los
viejos mitos" y "La angustia de las intertextualidades"),
amplifican las temáticas enunciadas en los citados al
inicio de la sección y se concentran en torno a
exploraciones propias del estado y el ente postmoderno: la muerte
de los paradigmas, la incertidumbre teórica, la sospecha
ontológica y creacional acerca de que todo ha sido dicho o
revisitado, los problemas provenientes de la misma
epistemología, o sea, de la ciencia de conocimiento; la
visión del fenómeno de la postmodernidad desde los
llamados países periféricos, la refundación
y resemantización poética, la deconstrucción
proveniente del pensamiento estructuralista y semiótico,
y, finalmente, la aparente incapacidad del poeta para instaurar
un nuevo orden espiritual en medio de un caos informativo y
cultural que conspira a favor de la anulación de la
espiritualidad del ser humano.
La última sección del libro de R.G. es la
que precisamente le da título: "Atormentado de sentido",
continuidad de la idea del descendimiento dantesco del poeta para
luego salir a la luz portando los frutos de la plena
realización, tal y como afirma en los versos preliminares
del capítulo: "descender / discurrir/ en lo solar / en el
desierto / entre las sombras/ transitivas que acedan las palabras
/ el ámbito/de y contra lo brumoso/ perceptible en
legiones de espejismos / para sostener/el candelabro/ la rosa de
wells/ el graal." (p.115)
En los poemas titulados "Discurso periférico",
"Espacio interior" y "Atormentado de sentido", el poeta intenta
resolver o al menos plantearse las grandes inquietudes de una
época desde la perspectiva de la fe en que la
creación resulta inevitable y que muchas de las
teorías y formulaciones del momento a la larga
serán abolidos.
En oposición a criterios de estudiosos como el
filósofo francés, representante del posmodernismo,
Jean-François Lyotard, el autor insiste en el sinsentido
de continuar erigiendo paradigmas y en el creciente aburrimiento
de la humanidad ante la avalancha de doctrinas que no resuelven
sus problemas puntuales y, acto seguido, plantea la necesidad de
ahondar en el espectro espiritual, en ese "espacio interior"
largamente pospuesto, dejando sin respuesta un sinnúmero
de eternas interrogantes:
¿Qué es lo profundo?
¿La audacia
aparente o el dominio
ulterior del raciocinio?
¿Qué es lo profundo?
¿La Gracia
concedida o la falacia
del hombre contemporáneo?
¿El asombro
momentáneo
que nos produce un requiebro?
¿La eternidad? ¿Lo
instantáneo? (p. 121)
Finalmente el libro concluye con una extensa, intensa y
angustiosa visión de conceptos y temas que agobian
profundamente al poeta: la indagación permanente en los
vericuetos que significan los sentidos de su obra y su
estadía en el mundo, su incapacidad para comprender las
esencias que conforman y mueven el universo, tanto el
físico como el creativo; la imposibilidad de desterrar el
dolor, el cinismo de los gobiernos que fingen representar a las
personas desde una perspectiva justa; la casi inexplicable
insistencia del hombre en continuar interrogándose acerca
de peliagudos asuntos existenciales, la presencia
inexcluíble de la muerte física y espiritual y el
hecho de aspirar a una infundada posteridad; el cuestionamiento
de detalles intrínsecos de la obra artística como
la sintaxis, el discurso mismo, el estilo, etc.; la
aspiración a redescubrir y resemantizar lo novedoso y lo
que puede parecer perfecto; la insistente e inútil mirada
del hombre hacia lo que considera erudito, cuando se debe
enfrentar a asuntos de mayor desvelo como es la misma
supervivencia de la especie; las influencias literarias;
cuestiones difíciles del mismo entramado de la obra como
son los signos lingüísticos, las estructuras visibles
y profundas, las sonoridades y rimas y nuevamente el obstinado
acaecer del creador que, en medio del entorpecedor cúmulo
de ideas de una época sigue aspirando a lo imposible.
Véanse las estrofas conclusivas del poema "Atormentado de
sentido" como un resumen de lo anterior, citadas in
extenso, debido a su importancia para reforzar los
planteamientos de este estudio:
Retórica, estilística,
hermenéutica:
esdrújulas semánticas
oscuras.
Idiotizada por las escrituras,
engendra la creación su
terapéutica.
Subsume el esplendor de la
mayéutica,
al hierógrafo, en vanos
tecnicismos.
El texto es un desborde de
guarismos
y el intérprete un reo de la
alquimia.
¿Para qué pretender una obra
eximia
si la saludarán con
eufemismos?
El poeta de hoy siembra
fronteras
que transmutan la hybris en
pastiche
y el crítico en la rima ve un
fetiche
donde ya no susurran las
esferas.
¡Nuevas estrofas para nuevas
eras!
– proclaman adversarios de lo retro
-.
La estanza, ciertamente, no es un
cetro
que el poema total a erigir
vaya,
pero, aunque tenga fin la ciencia
gaya,
a nadie extrañará que vuelva
el metro.
Preguntas. Apotegmas. Signos.
Temas.
Escritura. Traición. Poder.
Psicosis.
Fértil, por obra y gracia de la
gnosis,
el hombre colecciona epifonemas.
No resuelven sus íntimos
problemas
las palabras, desastres
fugitivos.
De tránsito en el bodrio de los
vivos,
la realidad le dicta que
proteste,
y morirá por ella, aunque le
cueste
abjurar de sus hábitos
gnosivos.
Es el neologismo gnosivos, precisamente,
conjunción de gnosis con nocivo, quizás el
término que mejor resume esta obra por la
bidireccionalidad del discurso, digamos la presencia de lo humano
y lo divino, lo que es obra del conocimiento y a la vez
síntoma de su propia aniquilación, lo que a ciencia
cierta no sabemos si es valioso para el hombre.
Atormentado de sentido; para una hermenéutica
de la metadécima, finaliza con un poema escrito en
verso libre que guarda estrecha relación con el resto de
los que aparecen en el poemario y remite simbólicamente a
los orígenes, gran metáfora que busca el poeta para
aspirar a la plenitud, al parecer inalcanzable cuando se trata de
la escritura poética.
Al decir del poeta y crítico Roberto Manzano, en
el prólogo de este valioso decimario:
Ronel González es ya conocido entre nosotros por
una abundante producción, de calidad creciente y
renovadora. Con este libro añade una nueva cota a esa
producción, y ofrece un servicio artístico
indudable a la tradición, al entrar a ella con absoluto
desembarazo. […]
La actitud estética presente en este libro ya
tiene cultores de mérito, y está alcanzando a lo
largo del país notables resultados. Él se inscribe
con todo derecho como una de sus piezas más
representativas. (Manzano, Roberto; 2007:11.)
Opinión especializada que resulta esclarecedora y
meridiana en el estudio de este libro y su significación
para la historia de la décima cubana.
Enero-mayo 2013.
BIBLIOGRAFIA
González Sánchez, Ronel (2007).
Atormentado de sentido. Para una
hermenéutica
de la metadécima. Las Tunas:
Sanlope.
Machado, Antonio (FALTA EL AÑO): "Reflexiones
sobre la lírica". Prosas de
Antonio Machado. La Habana: Arte y
Literatura.
Manzano, Roberto (2007): "El sentido de atormentarse"
en: Atormentado de
sentido; para una hermenéutica de la
metadécima. Las Tunas: Sanlope.
Péglez González, Pedro (2008). Los
tormentos del sentido (poco) común.
Trabajadores (Ciudad de la Habana) 5 de mayo;
10.
Zahily Salazar Rodríguez (Tacajó,
Báguanos, 1990). Licenciada en Estudios Socioculturales
por la Universidad Oscar Lucero Moya de Holguín. Su
Trabajo de Diploma: "Aproximación a la obra escrita en
décimas del poeta cubano Ronel González
Sánchez" obtuvo la calificación de 5 puntos, fue
recomendada como tesis modelo para Universidades cubanas y se
publicó en INTERNET en el sitio
Monografías.com
Ronel
González Sánchez: un poeta atormentado de sentido
por el Big Bang de la metaescritura
Por: Eduardo Sánchez
Montejo.
Poeta y ensayista.
¿Dónde está la
sabiduría que perdimos en el /
conocimiento?
/ ¿Dónde está el
conocimiento que perdimos en la
información?
T. S. ELIOT
Cuando se escribe un libro como Atormentado de
sentido. Para una hermenéutica de la
metadécima (Premio Iberoamericano Cucalambé,
2006; Editorial Sanlope, Las Tunas, 2007), el escritor
debe dejar de lado la pretensión de una de las cosas que
más animan y sostienen al publicista: sentir la
comunión con su público. Este es el tipo de obra
que un autor bosqueja una sola vez en la vida, inhabilitando el
fenómeno colectivo de imitación. Una inteligencia
tan portentosa, una autoconciencia tan profunda, una cuota tan
alta de lucidez y clarividencia, termina por abrumar o asfixiar a
cierta clase de lector.
Ronel González Sánchez es de los
últimos apasionados de una religión a punto de
extinguirse: la del demiurgo[1]capaz de reunir,
unificar, integrar y poseer el mundo poético, y
abandonarse y estallar con él junto a las bengalas del
vicio moderno que hace a la poesía inseparable de la
crítica del lenguaje. Allí donde Whitman explicita:
Me celebro y me canto, Ronel escribe: Me
autoprologo, y canto…, echando a vuelo no las
campanas de la modestia sino las plurisotopías de sus
frases poéticas; allí donde el poeta norteamericano
declara con humildad que nadie podrá comprender sus versos
si se insiste en considerarlos como una tendencia hacia el
arte y lo estético, el poeta holguinero se declara
conscientemente un eviscerador
metalingüístico, catador y armador de idiolectos
estéticos, desde una hermenéutica sui
géneris del texto (¿hermeneuta del
hígado etrusco?); allí donde el poeta Roberto
Manzano (prologuista del libro) duda y se pregunta:
¿Quién dijo que la décima está
reñida con la complejidad de la psiquis
contemporánea?, Ronel cree que la modélica
estrofa es capaz de reflejar a Dios en sus instantes
canónicos [p.13]; allí donde Guillermo de
Occam elabora un principio que optimiza, o trata de optimizar, el
número de entes universales que existen, o tienen
razón para existir (No debemos suponer la existencia
de entidad alguna hasta vernos compelidos a ello.), Ronel da
a luz el humus literario que hace posible el surgimiento
de un nuevo dramatis personae: la metadécima.
Si pergeño este prólogo, escribe, es
un signo de que la metadécima reúne en la
univocidad del cuerpo inmune la intimidad, lo externo, el
fidedigno retrato, el intertexto, lo maligno de un lenguaje que
en él se refocila. La décima ya no es la
retahíla paisajística, sopla desde dentro de la
cláusula el rhytmus del encuentro con una
resistencia que aniquila [p.13]. Razones por la que, a
partir de este libro, habrá que creer en dos entidades
diferentes: la décima y la metadécima, como mismo
hemos creído, felices o infelices, en la dualidad de la
sustancia o en las dos instancias hermenéuticas (autor y
lector). La décima está en escena, la
metadécima explica la escena. La décima es el
discurso de la realidad; la metadécima, de la realidad del
discurso. Pero décima y metadécima están
fluidificados en el mismo registro: el de una conciencia
lúcida acerca del acto poético.
Lope de Vega escribió que las décimas
son buenas para quejas… ¿Será, pues, la
metadécima roneliana una entidad vigorosa como basa del
muro de las lamentaciones? Sin dudas, solo que las cuitas de la
metadécima son metalingüísticas, construidas
desde la óptica del lenguaje que se sabe lenguaje, que
habla o intuye su elegancia, solemnidad y nobleza; la quejas de
la metadécima son sus batallas lingüísticas,
críticas, reñidas no a favor de determinadas
reglas, sino para librarse de las reglas impuestas por cierta
décima tenida por tradicional, dogmática,
paisajística, siboneyista y neopopulista.
La metadécima cumple en este libro la
función del famoso deus ex machina [literalmente,
Dios sacado con la máquina]. Como en el teatro
antiguo, dios que por medio de un mecanismo aparecía en
escena al final de las obras para provocar el desenlace. Si bien
la décima roneliana denuncia el vacío que el autor
percibe en el ser y da cuenta de los deseos y nostalgias a
través de todas las imágenes que lo habitan y con
las cuales representa al mundo y lo organiza, la
metadécima complementa la visión dando cuenta de
los insólitos panoramas lingüísticos que
acechan detrás de las palabras, de las cosas y del
discurso moderno y posmoderno; habla desde las posiciones de la
sociocrítica, la psicocrítica, la crítica
textual e incluso desde la mitocrítica. Desde la
posición de esta última, por ejemplo, apunta Ronel:
Duelo demiúrgico: el escriba y su ofrenda comparten el
/ descenso. Raíz mitopoética que (re)mitologiza un
tiempo / ahistórico [SOBRE CASA DE MUERTOS,
p.91].
Este es un libro que no disipa las abstracciones
teóricas sobre el texto y el lenguaje, toma muy en serio,
cultiva, las comprometidas pasiones del lenguaje por el lenguaje.
La metadécima viene a ser la invocación
patética de la sed de la realidad suprema del discurso que
quiere saberse discurso. Décima y metadécima se
conjugan en un ars combinatoria que rompe (o resalta la
decrepitud) de las formas literarias canonizadas y se alzan como
un valladar poético contra la cerrazón ortodoxa de
la décima tradicional y la existencia de géneros
minuciosamente codificados. Ronel, en una comunicación
privada, subrayó que se propuso escribir un libro a
partir de presupuestos de la ensayística, o sea, que la
propia creación fuese reflexión acerca del discurso
y simbiosis con el verso libre. Metapoesía y, de
ahí vino el término metadécima. Es un libro
que comienza apegado a los presupuestos tradicionales de la
estrofa de los diez versos en lo que se refiere a la estructura
(en realidad no tan tradicionales si se analiza a fondo), y a
medida que se avanza se va complejizando, va elucidando el propio
devenir de la décima en Cuba, y de la estructura en
general (de ahí sus referencias al estructuralismo y
postestructuralismo) pero sin gratuidades ni empleo de
términos "traídos por los pelos", porque cada
elemento fue muy pensado, meditado desde mi propia
vinculación con la ensayística, mis estudios de la
hermenéutica, a diferencia de lo que hacen algunos
decimistas que parecen "llenar" sus textos con palabras "raras" o
"difíciles" solo por el hecho de ver "cómo lucen" o
supuestamente "para sorprender" y al final logran un engendro sin
sentido.
La décima es la palabra puesta en función
de comunicar un mensaje, una estética; la
metadécima, su mayor lontananza: la legitimación
del jirón ideológico, del vigor esencial del
lenguaje que se sabe lenguaje. Las décimas de Ronel
basculan entre dos polos: el polo que lucha por expresar la idea
y el polo de búsqueda de un estado pasional. La
metadécima, en su inyección
semántico-crítica, acerca el compromiso entre ambas
tendencias, ejercitando un individualismo expositivo loable,
expandiendo las energías poéticas
peculiarísimas que trajo al mundo. La metadécima
provee al libro, además, de un lenguaje crítico, de
múltiples dimensiones e ilimitada concavidad donde resuena
el verbo.
¿Padece Ronel de erostratismo -como aquel
Eróstrato, que por hacerse famoso prendió fuego al
templo de Diana de Éfeso-, o del furioso deseo de
trascender, o de ansias de inmortalidad, o de apremio por llegar
a la cima poética de los elegidos (Rilke, Lezama,
Martí y el mismo Whitman)? No lo creo. Su fe es otra: dar
siempre la mayor cantidad de sustancia de sí, en la que
una serie de yos se le vuelven ríos de
comunicación desde los que funda una instancia
metapoética, a través de la cual se niega a
disfrazar el vanguardismo, con la teatralidad
postmodernista [p.12] y se ríe de las modas de turno,
sin dejar de ser, desde luego, elegante y serio como todo buen
gourmet multicultural.
Pero, por fin, ¿para qué prototipo de
destinatario pergeñó Ronel González
Sánchez este libro? Ante esta pregunta dramática
surgen dos situaciones hermenéuticas posibles, que apuntan
a dos tipologías de lectores a los que Renato Prada
Oropeza[2]llama el lector impotente
(condenado al fracaso, a traicionar la articulación del
sentido que nos ofrece el discurso) y el lector
competente -también lector modelo para Eco-
(capaz de realizar la lectura pertinente del texto). Este
último, en modo alguno, es el tipo de lector ideal o
superlector imaginado por el estructuralismo como el sujeto
trascendental libre de todas las limitaciones de los
determinantes sociales, pero sí una clase de sujeto de la
recepción que presupone el tono y la táctica
retórica del texto, capaz de aceptar el valor nominal de
sus proposiciones y asumir una posición crítica,
objetiva; un lector que no queda varado ambiguamente entre sus
páginas, que logra un intercambio, una comunicación
activa, material, semiótica; y está capacitado para
captar las evaluaciones y connotaciones, e intereses
incompatibles en el foco de lucha y contradicción que
constituye todo texto, en su búsqueda de una identidad
humana y artística en medio de la tormenta de ideas y de
sentidos.
Atormentado de sentido… es un libro que
contiene su propia exégesis. La exégesis es siempre
un metalenguaje. Por lo que el libro está permeado por la
palabra rica, multiforme y flexible que dispone de todos los
grados posibles de una dignidad crítica y la exclusividad
del metalenguaje. Sin caer en el caos categorial, sin ser un
idólatra de los conceptos, hay en este libro el
desencadenamiento de un lenguaje que se sabe lenguaje, junto al
descubrimiento de la belleza de los excesos retóricos, la
proliferación de los preceptos de la estética de la
angustia, que dan cuenta de la constatación de su
carácter proteiforme.
Los textos del libro se afirman en un substrato
poético, privado de la estabilidad clásica de los
temas tradicionales de la décima que, además, caben
perfectamente por las ranuras de las alcancías del
posmodernismo. Pero es una obra no comprable con las monedas de
un mundo instrumental, de proclamaciones de la muerte del sujeto,
de la mediocracia de las humanidades, de los programas que
convierten las crisis en valor, etc. Este es un libro original,
escrito desde la óptica de los modelos en conflicto, desde
la resistencia poética, sin enmascaramientos
(neo)populistas y sin retiramientos de los códigos
herméticos. Ronel, mediante la red (la urdimbre o montaje
cultural de la metadécima) trata de que el lector tome
conciencia crítica de la estructura hermenéutica de
la escritura (y de la compleja realidad); textos e intertextos
traen a colación las candilejas de la "consciencia
turbada" postmoderna. González Sánchez propone una
teleología: la teleología de la esperanza como
estrategia de resistencia, aquella que no se rinde
acríticamente a todas las demandas de la modernidad. Por
el cauce semántico y el cauce de las ideas se mueven los
remanentes que invitan al lector a regresar al banquete de la
trascendencia de la transfiguración y la invocación
de la patética sed de la realidad suprema, de las
utopías y acronías esenciales para el
corazón del hombre, de la dignidad absoluta que canta
nuestra única esperanza. Tiene mucho de la
teleología insular que preconizara Lezama Lima, pero no se
reduce a ella. Ronel hace suyos conceptos y presupuestos del
sistema poético del poeta cubano como la
hipertelia (Reo de la incompletez, / busca el poeta
una esencia / que anule la insuficiencia peculiar de su avidez. /
Subsumido en la embriaguez hipertélica, redacta / a tenor
de la inexacta / realidad, el argumento / que produzca un
nacimiento / sobre la cuartilla intacta [EL ABUSO DE LA
LITERATURA, p.75]; presume de avistar una ínsula
que tache / teleológicos ritmos a través del
fragmento / para ascender a un epos libidinal /
ubérrimo…, [APROPIARSE DE TODO, p.
61].
La escritura roneliana constituye una vasta red de vasos
comunicantes entre el lenguaje y la lucha por interpretar al ser,
entre la angustia gnoseológica y el esfuerzo de la palabra
por alcanzar la transferencia de sentido en busca de respuestas a
algunas preguntas esenciales. ¿Qué realidades
efectivas se encuentran detrás de las apariencias?
¿Qué aspectos ocultos de la realidad, inquietantes
o terribles, reverso de lo que se nos muestra a la vista,
más allá de todas posibilidades de
realización lingüística, se muestran del todo
indiferentes ante nuestras exigencias de configurarlas en
términos poéticos, de encontrar una
confirmación objetiva a nuestra humanidad y nuestras
esperanzas? ¿Qué feroz verdad se oculta
detrás de las apariencias que apenas podemos escrutar con
nuestro conocimiento imperfeto, atomizado?
Angustias existenciales, de influencias e
intertextuales
Una de las posibles interpretaciones de la angustia que
despliega sus valencias en el texto roneliano está en
tomar el sentido como "herida simbólica". Para Ronel,
según entiendo, hermeneutizar al ser implica liberarse del
sentido dominándolo, dejar de asumirlo y encontrarle un
lenguaje autónomo encarnado en el metadiscurso. Pero no es
la búsqueda del sentido a través del sinsentido,
sino la búsqueda del sentido emergente en el
vértigo de los sublime. Ese es el sentido cuya
búsqueda produce angustia. Como dice Andrés
Ortiz-Osés: El hombre es el sentido-herida supurante
del universo.[3] El sentido supura angustia
en el último intento de apalabrar la experiencia de lo
sublime. Escribe Ortiz-Osés: El significado tiene que
ver con la coherencia formal de lo bello; el sentido con la
fisura informal de lo sublime. O lo sublime como
transgresión de lo bello: excrecencia de sentido. He
aquí que en la experiencia de lo sublime el sentido emerge
como sublimación, es decir, como destilación.
(…) proceso correspectivo de sublimización y
subliminalización de un sentido bifronte,
estrábico, dualéctico. El sentido de lo sublime es
un zig- zag o colisión que hiere: dolorosa belleza, amor
imposible, abrupción. ¿Será por ello lo
más sublime del mundo su ocaso o
crepúsculo?[4]. En ese mundo
vertiginoso del sentido (o del sinsentido), sin la
comunicación coral y el impulso solidario del lenguaje
requeridos, la escritura yace suspendida sobre el borde del
abismo de la angustia. En ese ámbito de la "estructura
silícea de la existencia", granítica, de las
digestiones y regurgitaciones invisibles, veladas al ojo que
escruta, el sentido es entendido como tormento, como herida o
cicatriz. Esa es la propuesta esencial de NUEVA
ESTACIÓN, texto que abre el libro de Ronel. En ese
texto en el que, presumiblemente, el sinsentido
infernaliza al sujeto lírico, se lee que la
voz del pífano que nunca entenderá / el
cáliz del demiurgo, propone herirse, doblegarse / para
asir el milagro, pero vano es el gesto, vano el artificio /
porque todo yace en la raíz de un árbol /
originario, un árbol demolido por la sucesión / de
instantes cósmicos que arrostran el Enigma
[p.17].
Este es un poema escrito bajo la égida de un
texto en prosa de Lezama Lima. Me refiero a Pífanos,
epifanía, cabritos del libro La fijeza. Pero
lo que interesa significar ahora, más allá de las
"angustias de las influencias" (Bloom), es que el hambre
(ancestral: ontológica: mimética) es camino hacia
la búsqueda de un sentido, que la propia escritura
expulsa. O como dice Octavio Paz en El mono
gramático: La búsqueda del sentido culmina
en la aparición de una realidad que está más
allá del sentido y que lo disgrega, lo destruye.
[5]
La interpretación moviliza en el receptor los
procesos de articulación, justificación y
sublimación del contenido. El sentido arraiga o condiciona
el diálogo, la solidaridad con el lector; el exceso de
sentido lleva este a la confrontación del puro
reconocimiento de lo real per se sin interpretar ni
justificar, a una aceptación vacía [TANTA
GRAFOMANÍA DESCONCIERTA, p.68], y que para Ronel
constituye el tormento del sentido. A pesar de la musicalidad del
verso puede no darse el sentido que procede de la anuencia de la
palabra y el sonido. No hará entrada lo sublime. Se
desemboca entonces en una ciudad letrada enferma,
espacio en que Ronel avizora las exequias horrísonas
del lenguaje [p.107], la aberración de la
gnosis [p.112], la frustración eterna del
texto [p.113], la ingravidez discursiva [p.104],
los intelectivos diálogos con la neblina [p.79],
el aquelarre amorfo y asinartético [p. 77], el
desdoro ideológico [p.73], la imperfecta
autarquía [p.56], el simulacro escritural
[p.53], etc. Escribir desde esta perspectiva es un verdadero
literaturicidio [p.49] que lleva al poeta a adjurar
de sus hábitos gnosivos [p.132]. Literatura como
suicidio y conocimiento como acto nocivo: colisión que
hiere: emergencia de un sentido dialéctico relativizador
del par significado-significante; sentido no puramente
eidético sino impuramente energético, como
herida simbólica, en términos de
Andrés Ortiz-Osés.
Con la décima, el lenguaje se vuelve mundo, con
la metadécima el mundo se vuelve lenguaje. En el sentido
paciano (O. Paz) podríamos decir que la décima de
Ronel refrenda un proceso de desencarnación del mundo en
busca de su sentido, pero también una encarnación
que abole el sentido en su regreso al cuerpo. Esa resquebrajadura
entre la búsqueda del sentido y la disipación del
sentido produce angustia, tormento. PSICATRIZ: ruptura,
desmenuzamiento subjetual del universo, rotura de la
autosuficiencia del discurso que perdió el sentido de sus
nociones, abismo que separa la palabra querida de la palabra
sufrida, sentido del sentido disipado, fisura por pérdida
de la certidumbre del rigorismo lógico para
abrirse al sentido analógico, lo que desemboca en
angustia del sujeto.
La expulsión del sentido del paraíso de la
escritura se debe a la lucha entre el lenguaje y un sentido
entrevisto más allá del lenguaje, lo que catapulta
al poeta al campo trillado de la angustia, a la neurosis
escritural, que lo aboca, al mismo tiempo, a la aventura
metapoética. Es decir, obliga al autor a manejar una
peculiar estructura lingüística para comunicarnos no
la realidad exterior e inmediata de unos acontecimientos, sino su
más profundo y auténtico significado o la exultante
cornucopia de significados que atormentan al poeta en su intento
por atrapar el mar irrepresentable de la objetividad,
estableciendo una completa ósmosis entre mundo y libro,
lenguaje y metalenguaje, materia natural y materia
sígnica, por lo que su literatura, en el ambiguo tiempo
del arte, se erige como una metáfora hija de la
hermeneusis (acto hermenéutico). Razones por las
que sus textos – asistidos por el soterrado proceso de
intertextualidad, la vocación ecuménica y el
pandemónium del universo de sentido, y marcado por el
afán de construcción de un universo
lingüístico, epistemológico, autosuficiente,
que se explica a sí mismo-, hacen del libro mismo (y del
mundo) una metáfora epistemológica.
Escribe Ronel: Hermeneutas y semióticos / propician
que el mundo sea / una proverbial marea / de materia cognoscente
/ que cambia, al cruzar el puente / entre la forma y la idea
[MATERIA COGNOSCENTE, p. 86].
La obra roneliana no encarna el discipulado de la
angustia en el sentido de Soren Kierkegaard, progenitor del
pensamiento existencialista en el siglo XIX, a quien
Nicolás Abbagnano llamó el "discípulo de la
angustia". Tampoco el yo del poeta holguinero entra en pugna con
unidad de su propia personalidad, marcando la condición
excepcional de indecisión e inestabilidad, es decir el yo
de su escritura es un yo centrado. En Atormentado de
sentido… la angustia no es el puro
"sentimiento de la posibilidad"; ni la experiencia vivida de esta
posibilidad es la angustia. En las décimas de este libro,
la angustia es un estado determinante en las pretensiones de
comprensión ontológica o interpretación
hermenéutica. Para Ronel, como para Martin Heidegger, la
angustia es un sentimiento ontológicamente revelador en la
medida que se hace pensamiento poético. "Según
Heidegger, escribe Gaetano Chiurazzi (Filosofía y
poesía), la filosofía nace del privilegio de un
sentimiento particular que tiene la capacidad de conducir hacia
una mirada total del ente, de captar, por tanto, el ser en su
totalidad, en su singularidad: la angustia. La angustia
representa la radicalización del sentimiento que es
llevado a su mayor tensión, hasta perder toda
vinculación con el mundo. Lo angustiante en sumo grado es
la experiencia de la diferencia entre el ser y la nada, del
¿por qué el ser y no la
nada?[6]
Este no es un libro escrito bajo el signo de Prometeo
sino bajo la égida de Hermes. En la hermenéutica
contemporánea, Hermes es el dios del sentido, del sentido
evanescente. Hermes como dios de la iniciación
hermético-hermenéutica. La propuesta roneliana
ofrece una licitación conciliadora en el sentido
hermético que viene dada por el culto alquímico que
se concede a la poesía en la evocación del proceso
de creación y al poeta como alquimista de la palabra.
Pensemos, por ejemplo, en Rimbaud y su alquimia del verbo.
Escribe Ronel: El texto es un desborde de guarismos / y el
intérprete un reo de la alquimia [ATORMENTADO DE
SENTIDO, p.131].
La metadécima roneliana toma conciencia
crítica de la estructura hermenéutica de nuestra
realidad compleja a partir de lenguajes e intertextos que nos
llevan a creer con Nietzsche que el propio valorar constituye al
Ser como red, urdimbre o montaje cultural. El poeta deviene
así un dios de un hermetismo suprasensorial que intenta
semantizar lo híbrido y el fragmento escurridizo de la
realidad, allende del alcance de los sentidos. Escribe: En la
sombría dinámica / que la razón prostituye /
la palabra se diluye / como una empresa mecánica. / Lo
real que se destruye / es un fragmento impreciso/ del lago, donde
Narciso / reta a Heráclito. En las sombras / yace el
paisaje que nombras, / y el fragmento escurridizo
[HERMETISMO SUPRASENSORIAL, p. 96].
No es el siglo de Prometeo con su razón
cartesiana, positiva (con su pensamiento fragmentario,
volátil, fugaz, dogmático, reduccionista,
totalitario), ámbito en que la belleza reta a la
dialéctica, la encargada de superar los dualismos que nos
impone la realidad, sino unas perspectivas más amplias que
den cuenta de la complejidad inextricable de la realidad y el
hombre, de la creación artística más
sublime, como de nuestro gestos más cotidianos.
El poema SOBRE CASA DE MUERTOS [p.91] constituye una
plataforma programática en el sentido antes contendido.
Frente a la absoluta unidad, la absolutez: condición
cínica / del texto. Agua en tensión. Verticalidad
vs horizontalidad, / en el emplazamiento pitagórico, borra
lo autobiográfico. / Duelo demiúrgico: el escriba y
su ofrenda comparten / el descenso. Raíz
mitopoética que (re)mitologiza un tiempo /
ahistórico. Ámbito del origen: neotransmutacionismo
/ del escriba. Descenso: interacción de la palabra con /
el reino anulante de la imagen. Lo simbólico como
provocación. Lo simbólico como / alegoría.
Dionisíaco / apolíneo. Frente a la absoluta unidad,
lo (des) armónico. / La negación de lo
inmutable.
La lógica sobre la que se sustenta este libro es
la lógica de la abducción, emparentada,
desde luego, con la intuición poética, que como
afirma Raúl Bueno lleva al creador a cruzar campos y
sistemas diversos de información conocidos para producir
una nueva impresión (una nueva verdad) sobre el mundo y la
vida.[7] El traslado de los particulares del
discurso contemporáneo de los grandes centros culturales
de occidente al campo cultural de la décima insular, le
permite a Ronel reconstruir su sentido y verdad poéticos.
Las categorías más trajinadas por la cultura de
la postmodernidad, como la dispersión, relativismos,
incertidumbre, desracionalización, apelación a la
fe, desjerarquización de valores, arbitrariedad,
trivialización[8]entran en el marco
epistemológico del libro para, desde ellas, conjurar la
distopía civilizacional preconizada por el
postmodernismo.
Las cosas que, durante el proceso de
hermeneutización del Ser, disipan su sentido pierden el
sexo, nos abocan a una androginia infernal en su doble movimiento
de abstracción-interacción del Sentido. Ronel
refrenda este movimiento como angustia cognitiva. En su poema
TAUMATURGIA escribe: Erguido como el adánico /
mártir de un reino perdido, / busca el demiurgo un sentido
/ perdurable a lo satánico. / Extraer del hondo
pánico / al Misterio, un epistema / novedoso, es el
problema / de su angustia cognitiva, / por nombrar una exclusiva
/ realidad en el poema [p. 94].
Eviscerador metalingüístico de catedrales
octosilábicas
Ronel no se casa con pequeñas odiseas e
ilíadas del lenguaje. La interacción de la
décima y la metadécima es el resultado de la
instauración discursiva de una estrategia de la
tensión: de una nueva tensión del conocimiento
donde la "noche octosilábica" recupera sus luces de
discernimiento y de omnivalencia estético-discursiva en el
propio lenguaje. Son las aspiraciones nostálgicas de los
legitimistas. El discurso legitimador de la metadécima y
las intuiciones fulgurantes del autor, puestos en función
de una escritura reflexiva y una lectura activa. Ronel se propone
una tarea digna de titanes, acercando su coraje poético a
la dialéctica autoconsciente del lenguaje, ampliando el
haber tradicional de asuntos y motivos de la décima
tradicional y, limpiándola de la costra baladí, la
catapulta hasta la gémula iridiscente del sentido. La
literatura de Ronel rechaza la imagen especular: no es concebida
como mímesis sino como construcción de una
vocación ecuménica, de una realidad
metalingüística; el texto es visto como un espacio
para los juegos con el lenguaje, la significación del
diálogo intertextual, el contrapunto lúcido,
lúdico e irónico con los diversos códigos
culturales.
Atormentado de sentido… es un libro
rizoma de vasos comunicantes que tienden a la universal
equivalencia de todo con todo; enfático, a través
de una poesía irónica, fluida, lúdica y
controlada, de las vías comunicantes entre lenguaje y
metalenguaje en el libre interactuar de las dos corrientes de
datos lingüísticos en marcha hacia una posible
lectura del sentido del mundo. La maestría del autor en el
manejo de la métrica y las manipulaciones de la materia
lingüística disuelven la gravedad del componente
metalingüístico.
¿Podría la décima mantener los
mismos presupuestos entre contenido y forma y permanecer
incólume ante lo que Lyotard llamó la
"erosión del principio de legitimidad del saber" o ante
los cambios proteicos de la racionalidad o principio de
subjetividad modernos? ¿Optaría esta forma
estrófica por la condición dogmática
cerrando los ojos al influjo de la condición posmoderna?
¿Qué caminos o epistemes adoptaría la
décima en medio del nuevo funcionar (o desfuncionar) del
saber con otro tipo de criterio de operatividad?
¿Quedaría la décima al margen del impacto de
racionalización tecnológica capitalista y su
lógica instrumental objetiva? Estos textos tratan de hacer
consciencia crítica de la estructura hermenéutica
de nuestra realidad y de lo que se conoce como la "conciencia
turbada" de la era posmoderna, a través de variados
recursos lingüísticos e intertextos,
simbologías, mitologías y axiologías. Este
es un libro resultado de los desbordes de la modernidad, que
construye un discurso poético incorporando en él su
crítica, es decir, haciéndola parte tanto de la
estructura formal como del contenido (basten dos ejemplos dentro
de las originalidades: las nota al pies de página y la
cita de la bibliografía consultadas).
La décima en este libro es un fin en sí
misma, sin dejar de ser un medio para un fin y un vehículo
de la comunicación, la belleza y el ritmo. Textos de un
autor que se halla en un periodo fértil de
renovación estilística, temática y formal.
Oscilación entre el lirismo subjetivo y la objetividad
despersonalizada. Distensión casi obsesionante entre el yo
del poeta y el mundo. La razón seminal de este libro pasa
por el drama arquetípico de todo escritor y creador: el de
la búsqueda de un sentido a la existencia. Este es un
libro que anuda apoteosis y declive, sin confundir objetividad y
escenario en su afán por establecer una primacía
del lenguaje y la sonoridad por encima de los contenidos, apoyado
en una intelectualización del lenguaje, el profuso empleo
del encabalgamiento, el sofisticado esmero de la escritura de
frases precisas y agudas, secas, sintéticas y altamente
sugerentes (sin dejar de estar presididas por la dinámica
de los afectos), la búsqueda de elevadas intensidades
líricas y la preocupación por eliminar virtuales
fronteras entre el verso libre y el rimado, sin dejar por ello de
mostrar un subrayado interés por reflejar las
circunstancias sociohistóricas del país con una
visión totalmente desprejuiciadas.
Detrás de su discurso está la
pretensión escatológica de tocar la estructura
silícea de la existencia, aquella que está
más allá de todas las imágenes posibles. En
ese "más allá" de refracción de la
décima escrita en su inmediato espejo crítico, se
rebela contra la pluralidad de sentidos que pulverizan nuestras
razones e intuiciones poéticas, que le impiden a nuestra
percepción inmediata del mundo un verdadero conocimiento.
Por ello canta en bellos endecasílabos: A pesar de
sí mismo y los fracasos / que corrompen su espíritu
nihilista, / con la paciencia de un miniaturista / alguien busca
el sentido de sus pasos. / Los símbolos que ha visto son
escasos / y no lo asiste su clarividencia / para diseccionar la
resistencia / de los significantes ontológicos, / ni puede
comprender los paradójicos / axiomas que proscriben su
existencia [ATORMENTADO SE SENTIDO, p.122].
Metabolización
cultural
Este libro tiene cierta inclinación a salirse de
ciertos horarios estrictos de la creación ortodoxa
mediante una ingente actividad fuera de la literatura oficial del
mundo cultural cubano. Ronel hace un empleo inteligente del
lenguaje y de un ordenamiento según una concepción
del conjunto justa, necesaria y armoniosa, potenciados por la
utilización inédita de los referentes. Mediante un
proceso de metabolización cultural, ha asimilado (y
desasimilado) las ideas posmodernistas, estructuralistas y
posestructuralistas, semióticas y
lingüísticas, elaboradas en los grandes centros
culturales de occidente. El libro constituye un homenaje a
grandes teóricos de esos centros (Barthes, Derrida,
Foucault, Eco, Bloom) a los cuales dedica el libro como proceso
de catarsis (en ambos sentidos: el de purificación y
purga), o de anagnórisis. Sin dejar, por ello, de beber en
el vaso de fuerte bebida de la poesía cubana (Lezama,
Florit, Sarduy, Virgilio y otros). Los poemas, siempre verdades
parciales, momentáneas, episódicas,
efímeras, diminutas esquirlas de inconformidad conseguidas
por obra y gracia de los versos octosílabos y
endecasílabos, son observados por el ojo crítico
detrás de las celosías de la suspicacia
lingüística global, metapoética, que se mueve
por la vertiginosa espiral del sentido a la que se aboca la
hermenéutica del autor.
Los intertextos de la
angustia
Ronel sitúa la angustia dentro del horizonte
interpretativo, una vez que toda interpretación o semiosis
descansa en la capacidad del ser humano de fijar el sentido.
¿Cómo es que la intencionalidad discursiva o
sentido puede provocar angustia o tormento? ¿El valor de
los géneros discursivos (también sentido) o los
matices expresivos (irónico, sarcástico) son los
encargados de dar la marca a la angustia? ¿O son los
elementos paralingüísticos (tono de voz, marco o
circunstancia) en que se enuncia el discurso poético los
causantes del tormento que padece el autor? ¿O es la
pluralidad de sentido (connotación del mensaje
poético), que hace casi inaccesible el proceso
hermenéutico, el causante de la zozobra?
Harold Bloom ha legado a los estudios literarios un
concepto clave y muy controvertido: la «angustia de la
influencia» (the anxiety of influence). En su
libro La angustia de las influencias (citado por Ronel
en la página 81 de Atormentado de
sentido…) el crítico manifiesta que esta
influencia es experimentada como pugna creativa por todo creador
con respecto a sus antecesores, en la cual se evidencian
«las sombrías verdades de la competencia y la
contaminación». Cualquier obra literaria lee de una
manera errónea -y creativa- y por tanto malinterpreta, un
texto o textos precursores. Ello no obstante, los grandes
escritores poseen la inteligencia de transformar a sus
antecesores en seres compuestos y, por tanto, parcialmente
imaginarios (…) La angustia de las influencias cercena a los
talentos más débiles, pero estimula al genio
canónico [Wikipedia, 2012].
Ronel también es un discípulo de la
angustia… de las influencias. Precisamente, Bloom es
uno de los pensadores a quien Ronel dedica Atormentado de
sentido…, y de quien se dejan sentir los ecos en el
libro (una cámara inconsciente de ecos, diría
Barthes), específicamente en el poema LAS ANGUSTIAS DE
LAS INTERTEXTUALIDADES. Ese poema termina con las siguientes
palabras: Harto de filosofemas, / el poeta manipula / su
inconsciente, y disimula / para que parezcan temas / novedosos,
los sistemas / tautológicos que invoca; / mientras empuja
la roca / de la tradición nefasta, que casi siempre lo
aplasta / sin trascender lo que toca [p.114].
¿Qué le queda al escritor moderno, la moda
retro del pastiche, el palimpsesto, el intertexto, las
tautologías? ¿El plagio elusivo y alusivo de tramas
anteriores de la tradición? ¿Experimentar de nuevo
con extraños y viejos artefactos estéticos?
¿Acudir al pastiche y la parodia que recurren a la
imitación, o a la mímica de los estilos, a los
amaneramientos y retorcimientos estilísticos de otros
estilos? A esas angustiosas preguntas Ronel agrega esta otra en
endecasílabos: ¿Para qué desgastarse en
palimpsestos / que no devolverán una milésima /
fracción de plenitud?… [ATORMENTADO DE SENTIDO,
p.124].
Uno de los modelos para la relación del texto
poscrítico con su objeto de estudio es el del
parásito con el anfitrión. Este modelo ha sido
tomado como referencia para argüir que la lectura
deconstruccionista de una obra dada es pura y simplemente
parasitaria con respecto a la lectura obvia o unívoca
(Wayne Booth). Es más, Derrida (tan caro a Ronel) describe
la gramatología como una economía
parasitaria. En este sentido, y solo en este, la cita
vendría a ser un parásito extraño dentro del
cuerpo del texto principal. En el poema EL ABUSO DE LA
LITERATURA, González Sánchez subscribe, consciente
y octosilábicamente, que: Virtual y perecedero / el
intertexto infinito / desnaturaliza el rito / de intentar lo
verdadero. / Toda escritura es un mero /acto de fagocitosis
[p. 75]. Esta metáfora biológica (el fagocito es
una célula del organismo que tiene la propiedad de
apoderarse de las bacterias, células o cuerpos nocivos
incluyéndolos en su protoplasma y digiriéndolos
después) representa bastante bien el fenómeno de la
intertextualidad como acto parásito. La escritura se
comporta como acto de fagocitosis, en la medida que este proceso
de depuración es la propiedad que tienen los fagocitos de
englobar y destruir los cuerpos extraños. El texto para
ser original debe prescindir de las influencias, de ahí la
angustia en el sentido bloomiano.
La muerte del sujeto
La modernización (o las manifestaciones de cierto
posmodernismo), la instauración de la sociedad
posindustrial o de consumo, la sociedad de los medios de
comunicación o el espectáculo, o el capitalismo
multinacional, han hecho brotar nuevos rasgos formales en la
cultura, un nuevo tipo de vida social y un nuevo orden
económico. Dentro de este nuevo orden ha aparecido una
nueva pieza, un nuevo componente: la muerte del sujeto o el fin
del individualismo. Frederic Jameson, haciendo énfasis en
cómo nos hemos alejado de los tiempos en que los grandes
modernismos se "basaban en la invención de un estilo
personal, privado, tan inequívoco con la huellas
dactilares, tan incomparable como el cuerpo", sostiene: Hoy
(…) desde distintas perspectivas, los teóricos
sociales, los psicoanalistas e incluso los lingüistas, por
no hablar de aquellos de nosotros que trabajamos en el
área de la cultura y el cambio cultural y formal,
exploramos todos la noción de que esa clase de
individualismo e identidad personal es una cosa del pasado; que
el antiguo individuo o sujeto individualista ha "muerto"; y que
incluso podríamos describir el concepto de individuo
único y la base teórica de individualismo como
ideológicos.[9] P.170.
Libre del ente incompleto, hipostasiado en el / reto
de escribir, niega la décima la ucronía tan
pésima / que es la muerte del sujeto [LA
INGRÁVIDA ESTRUCTURA, p.105].
¿Podría la décima mantener los
mismos presupuestos entre contenido y forma y permanecer
incólume ante lo que Lyotard llamó la
"erosión del principio de legitimidad del saber" o ante
los cambios proteicos de la racionalidad o principio de
subjetividad modernos? ¿Optaría esta forma
estrófica por la condición dogmática
cerrando los ojos al influjo de la condición posmoderna?
¿Qué caminos o epistemes adoptaría la
décima en medio del nuevo funcionar (o desfuncionar) del
saber con otro tipo de criterio de operatividad?
¿Quedaría la décima al margen del impacto de
racionalización tecnológica capitalista y su
lógica instrumental objetiva?
El poeta
Este libro es un poema filosófico, donde la
interpretación filosófica (hermenéutica) de
la realidad, del lenguaje, de la décima, etc., está
propuesta por el mismo acto de poetizar. De forma que, durante el
contrapunto entre décima y metadécima, la
poesía deja de ser un medio de expresión y pasa a
ser una actividad del espíritu crítico, de la
razón crítica, en la que se expresa a sí
misma y cristaliza mediante el acto mismo de la operación
poética. Ronel ve el acto creador como un desdoblamiento
en el que hace presencia lo otro, la conciencia, que rige la
escritura, la juzga. El discurso teórico se digiere
más lentamente que el discurso poético. La
impaciente décima no camina al mismo ritmo de la paciente
metadécima. Insisto: La décima es el discurso de la
realidad; la metadécima, de la realidad del discurso.
Décima y metadécima están fluidificados en
el mismo registro: el de una conciencia lúcida acerca de
la poesía.
Fin
Estoy seguro que este libro ha chocado (y seguirá
chocando) contra la barrera coralina de algunos lectores, como el
viejo mascarón de proa de un barco fantasma. La culpa no
es del Gran Timonel, atormentado de sentido, sino de la tormenta
de ideas que inaugura mediante el contrapunto entre décima
y metadécima. La décima como fuente y manantial; la
metadécima, línea divisoria de las aguas;
Atormentado de sentido…, sosiego de los meandros,
confluencias en las arenas de los deltas.
Guisa, abril, 2014.
Eduardo Sánchez Montejo (Guisa, Granma,
1972). Licenciado en Física por la Universidad de Oriente.
Máster en Ciencias Físicas (UH). Poeta y ensayista.
Sus trabajos han sido publicados en revistas nacionales y
de otros países. Su libro "El perfume de las
líneas de veda" fue ganador del Premio Nacional "Manuel
Navarro Luna" 2013.
Autor:
Ronel González Sánchez
[1] Ronel concibe al poeta en el sentido que
le da Platón, como demiurgo. Por eso el sujeto
lírico es el propio poeta (al que aporta una yoidad
discursiva y voz metatextual o extratextual). Esta postura
lleva al autor a que continuamente tenga que
“heteronimizar” al sujeto lírico con
epítetos como el escriba que practica el
neotransmutacionismo [SOBRE CASA DE MUERTOS, p.91]; el
eviscerador metalingüístico [¿AHORA
DIRÁN QUE SOY NEOMODERNISTA?, p.12]; el testigo que
siempre dirá que no [TESTIMONIO DEL CÓMPLICE, p.
20], etc.
[2] Renato Prada Oropeza:
Hermenéutica. Símbolo y conjetura. Arte y
Literatura, La Habana, 2010, p.20.
[3] Andrés Ortiz-Osés: El
sentido, lo sublime y lo subliminal, en El retorno de Hermes.
Hermenéutica y ciencias humanas, Anthropos, Barcelona,
1989, p. 179.
[4] Ibid., p. 180.
[5] Octavio Paz: El mono gramático.
Seix Barral, Barcelona, 1976, pp. 114-115.
[6] Renato Prada Oropeza: Op. cit., p.
169.
[7] Raúl Bueno: Promesa y descontento
de la modernidad. Casa de las Américas, La Habana, 2012,
p. 212.
[8] Raúl Bueno, Op. Cit., p. 213.
[9] Frederic Jameson: Posmodernismo y
sociedad de consumo, en La posmodernidad, Adagio, La Habana,
2004, p.170.
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